sábado, 25 de abril de 2020

Poesía de E. Jardiel Poncela II


(Continuación)
E. Jardiel Poncela sí integra el humor en sus poemas “Ford V8” y “Del Limbo se escapan corriendo mis perros”.
“Ford V8”[1] es un extenso poema en el que el autor expresa la pasión que siente por su automóvil Ford dirigiéndose a él, personificándolo e hiperbolizando sus capacidades.

Siempre un Ford V8... Porque otros dos tuve,
es ya éste el tercer Ford en el que voy.
En cuestión de coches, siempre un Ford 8V:
un Ford V8 y made in Detroit.
El que no es Ford 8V me parece feo:
y porque he tenido tres Ford, gran turismo,
confundo los de antes con éste y me creo
que los tres son uno, es decir: el mismo.
Fueron el uno del otro el vivo retrato
porque les di a todos idéntico trato.
¡Muy mal trato: es cierto! ¡Pobre el que ahora uso...!
No parece un Ford, sino un coche ruso:
abollado y sucio y tan despintado
que por todas partes le invade la herrumbre.
Pobrecito coche, siempre estacionado
ante alguna puerta: y en invierno helado
y en verano, echando por sus chapas lumbre.
¡Pobre leal amigo!, que haces mi deleite
gimiendo y soplando con alma de fragua:
porque lleva el cárter vacío de aceite
y porque me olvido siempre de echar agua...
Y él, aun así sigue... Aun así camina...
Corre hasta, yo creo, que sin gasolina.
¡Pobre coche mío! ¡Pobre gran amigo
de tanta aventura cómplice y testigo!
¡Cómplice y testigo de tantas escenas,
y de tantas bromas y de tantas penas:
penas que, sin duda, siempre ha recordado
porque no se olvida, si es el pasado;
y, en cambio, los días amables y tiernos
seguro que todos los ha ya olvidado!
¿A que no recuerda las lindas sonrisas
que se reflejaron en su parabrisas?
No, claro; ni una... No hay gestos eternos
y aquellas sonrisas de mujer, borraron
los dedos de lluvia de muchos inviernos;
pero todavía mi suerte es peor
que encuentro un instante y de nuevo pierdo
sonrisas o rostros o escenas de amor
al reproducirse el fugaz recuerdo
en el espejito «Liliput-Cinema» del retrovisor.
Y es que envejecemos, Ford 8 querido:
pues, cuando se vuelven al ayer los ojos,
es que ya los muelles se nos ponen flojos
y que nada es ahora lo que antes ha sido.
Sí. Los años jóvenes, que como una hilera
de resplandecientes faroles de gas,
vi siempre delante de mi, y a la espera
de que yo llegase, los veo hoy detrás.
¡Noble coche mío! ¡Noble y leal amigo!,
servidor paciente de largas esperas
y ejecutor dócil de mis fantasías,
que igual rompes vallas, que trepas aceras;
que, cuando es preciso, subes escaleras,
y saltas cunetas y vas por las eras
y por los sembrados: y que llegarías,
si yo te pidiese también que lo hicieras,
a entrar por los túneles y andar por las vías.
¡Oh, fiel compañero de rutas viajeras
de todas las horas y todos los días...!
¡Lugar geométrico de mil averías!
¡Rastrillo de caucho de las carreteras,
que, si en vez de España eran extranjeras,
sacabas más fuerzas de las que tenías
y entonces volabas, mejor que corrías,
porque, así, humillando en locas carreras
a todos los coches de allí que veías
dejabas bien altas nuestras dos banderas!
(Pero calla, no hables... ¿por que te sinceras?,
ya sé que es la mía por la que lo hacías.
Pero no te asustes, que seré discreto
y de tal manera guardaré el secreto
que desde ahora mismo juro por quien soy
que no han de saberlo jamás en Detroit.)
Te estimé siempre y te honré también.
Te honré en tus tuercas, te honré hasta en las «juntas»
y si no, contesta a algunas preguntas.
¿Estando tú en forma tomé yo algún tren?
¿Y no callé siempre y siempre me callo
los contados días que tienes un fallo?
Y aunque ambos sabemos que sí existen varios,
¿he dicho yo a alguien, ni una sola vez,
que ni entre los coches más extraordinarios
exista uno solo de tu rapidez?
¿Ni otro igual de fuerte? ¿Ni igual de bonito
aunque estás de feo que causas espanto?
¡Di! ¿Opiné algo de eso ni hablado ni escrito?
¡No! Porque te quiero. Y te quiero tanto
a pesar del trato que te doy, ¡oh, Ford!
que ya lo ves: ahora compongo este canto
en tu solo elogio, en tu único honor...
¿Y con quién he obrado como contigo obro?
¡Con nadie del mundo! Pues sabes de sobra
que el arte, aun siendo arte, se vende y se cobra
y yo, cuanto escribo lo vendo y lo cobro.
Y si fui contigo un poco locatis
eso que te escribo te lo escribo gratis.
¿Cómo? ¿Te emocionas? ¡Oh, no! No te dejo...
y menos que llores, pues no eres un viejo
para que ahora llores a más y mejor.
¿Lo niegas? ¿No lloras? ¡Vamos, que estás chocho!
Si hasta has hecho charco... ¡Ah! ¿Es el radiador?
Entonces, perdona, y a todo motor
dame un buen abrazo, ¡oh, Ford V8!
¡Y aprieta bien fuerte, oh, V8 Ford!

Este poema sí posee tintes humorísticos (¿No lloras? ¡Vamos, que estás chocho!/Si hasta has hecho charco... ¡Ah! ¿Es el radiador?). Pero, principalmente, destaca  por su temática antropológica y por el trato trágico del paso del tiempo (Tempus fugit). 
E. Jardiel Poncela desarrolla la tendencia humana (y, en este caso, automovilística) de perpetuar en la memoria los malos momentos, desatendiendo los alegres (penas que, sin duda, siempre ha recordado/porque no se olvida, si es el pasado;/y, en cambio, los días amables y tiernos/seguro que todos los ha ya olvidado!). También trata el envejecimiento (Y es que envejecemos, Ford 8 querido:/pues, cuando se vuelven al ayer los ojos,/es que ya los muelles se nos ponen flojos/y que nada es ahora lo que antes ha sido), la amistad y la fidelidad (¿Estando tú en forma tomé yo algún tren?/¿Y no callé siempre y siempre me callo/los contados días que tienes un fallo? […] Porque te quiero. Y te quiero tanto).
Por la presencia del tópico del paso del tiempo, el autor podría acentuar la pesadumbre del envejecimiento. Sin embargo, transforma esta realidad y le imprime cierto humor.
Por último, entendemos que escribe este poema invitando al lector a disfrutar del presente, tras haber tomando conciencia de la fugacidad de la vida de los humanos (y los coches) (dame un buen abrazo, ¡oh, Ford V8!/¡Y aprieta bien fuerte, oh, V8 Ford!).

Por último, presento el poema “Del Limbo se escapan corriendo mis perros”[2], dedicado a sus perros, con los que sentía un fuerte vínculo emocional.

                                                 Del Limbo se escapan corriendo mis perros
y llegan jadeantes ante el Tribunal
y con voz humana, aunque algo animal,
dicen, señalándome con la misma pata:
“Oye, Dios: la gente que a este delata
dirá lo que quiera, pero ambos decimos
que, por obra suya, los dos subsistimos;
que él nos dio comida, cariño y hogar
que él nos curó siempre que nos vio enfermar
y con un cuidado tan extraordinario
que nunca llamaba al veterinario…

Todo eso hizo este hombre, y nosotros dos,
que pasamos años viviendo en su casa,
juramos que es bueno, ¡ya lo sabe Dios!
Hay un gran silencio. La emoción me abrasa
ante la sentencia próxima e incierta.
Pero Dios no duda. Hace abrir la puerta
del Cielo y resuelve: “Lo han dicho ellos: pasa”.

Este poema representa la ascensión al cielo del dueño de dos peros que, contentos por el trato recibido por su amo, persuaden a Dios para que le acoja en este idílico lugar. En “Del Limbo se escapan corriendo mis perros” apreciamos que la presencia del humorismo se ha multiplicado, dando como resultado simpáticos versos como él nos curó siempre que nos vio enfermar/y con un cuidado tan extraordinario/que nunca llamaba al veterinario. Gracias a este poema podemos adelantar un rasgo de su estilo literario, que más adelante estudiaremos, pues desdramatizar situaciones tensas, como puede ser la muerte, es un recurso muy recurrente de sus novelas y dramas.

En este escueto acercamiento a la labor poética de E. Jardiel Poncela hemos atendido a una selección de poemas que tratan la crítica social, la amistad, la muerte y, por último, la ascensión al cielo. Estos han sido ordenados de forma ascendente según una gradación que responde a la presencia del humor que encierran entre sus versos. 
De esta manera, he intentado exponer la idea de que su poesía, además de demostrar una gran capacidad de reír rimando, también albergaba temas profundos y tópicos de la poesía, aderezados por el estilo vanguardista que prestó atención a elementos poco poetizados como los automóviles o los perros.

Bibliografía:

Gallud Jardiel, Enrique (2014). Jardiel. La risa inteligente. Zaragoza: Editorial Doce Robles.


Jardiel Poncela, Enrique (2013). Poesía completa, Ed. E. Gallud Jardiel. Madrid, Hiperión, p. 205.





[2] Jardiel Poncela, E. (2013). Poesía completa, Ed. E. Gallud Jardiel. Madrid, Hiperión, p. 205.

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