La producción novelesca de Enrique Jardiel Poncela
E. Jardiel Poncela escribió
cinco novelas largas y treinta novelas cortas. La primera de sus novelas fue un
escrito de juventud de temática sentimental y espiritista titulado Plano astral (1922). “En esta novela se
empieza a gestar el interés por el humorismo, lo misterioso y lo sobrenatural
que después llevaría al teatro” (Ariza, 1974: 44).
Sus novelas más conocidas
fueron escritas en el corto periodo entre 1928 y 1932. Sus títulos son Amor se escribe sin hache (1928), ¡Espérame en Siberia!, vida mía (1929), Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?
(1931) y La «tournée» de Dios (1932).
Después, se dedicó íntegramente a su vertiente teatral.
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Estas tres novelas compartieron el
objetivo común de distorsionar cómicamente los diferentes aspectos de las novelas amorosas de
éxito del momento, tratando humorísticamente el erotismo. Por lo tanto, de
nuevo reconocemos el interés de este autor por construir sus producciones enmascarando
la crítica metaliteraria. Jardiel se afanaba en “purgar el arte de todo
lo patético y melodramático que lastraba la literatura” (François, 2016: 258).
De hecho, él mismo aseguraba que “[…] las novelas de amor en serio solo pueden combatirse con las novelas de amor en broma” (EJP, O. C., IV: 1217)[1].
En la trilogía, Jardiel
arremete principalmente contra aquellos escritores que construyen sus obras
amontonando estereotipos y clichés para un público poco exigente, gran
consumidor de novelas “de amor” baratas. En su lucha contra esta literatura
prefabricada, el autor denuncia las situaciones convencionales, los motivos
recurrentes y los desenlaces vulgares. (François, 2016: 258).
Por último, publicó su novela
más polémica, La «tournée» de Dios (1932), en la que Dios desciende de los cielos y
se ve abandonado por sus criaturas, que tenían una concepción diferente del
Creador. Sin embargo, en esta novela Jardiel nunca se burló de la Divinidad, si
no de la sociedad incapaz de entender su grandeza.
Una novela corta interesante fue Los 38 asesinatos y medio del catillo de
Hull (1936), donde Jardiel parodió las novelas detectivescas de Arthur
Conan Doyle y se introdujo a sí mismo dentro de la historia para resolver un
caso junto a Sherlock Holmes. Una novela corta que pasó desapercibida fue El naufragio de «Mistinguette», en la que
un judío, en una balsa llena de náufragos de diferentes nacionalidades, acaba
controlando los bienes materiales y los medios de pesca del resto de
personajes.
A continuación, destacaremos algunos recursos literarios innovadores que
incluyó Jardiel en sus novelas.
En primer lugar, sus novelas contaban con elementos tomados de otros géneros. Es decir, eran obras híbridas. Por ejemplo, del teatro extrajo la segmentación de la trama en secuencias, el uso de técnicas efectistas y el dialogismo. Del mundo radiofónico y periodístico incorporó la voz de los medios de comunicación como elemento activo en la narración de las peripecias.
En primer lugar, sus novelas contaban con elementos tomados de otros géneros. Es decir, eran obras híbridas. Por ejemplo, del teatro extrajo la segmentación de la trama en secuencias, el uso de técnicas efectistas y el dialogismo. Del mundo radiofónico y periodístico incorporó la voz de los medios de comunicación como elemento activo en la narración de las peripecias.
La segmentación de la trama le
confería gran originalidad a sus textos, en los que podían encontrarse
capítulos interrumpidos por otros subcapítulos, referencias como “aquí continúa
el capítulo veinte” (Gallud, 2014: 160) o el recurrente uso del flashback.
El orden de los capítulos y
las partes de las novelas se desordenaban y no seguían un orden cronológico,
para lo que el autor proponía
1)
Leer saltando de capítulo a capítulo, buscando
el 1, luego el 2, etc.
2)
Desencuadernar el ejemplar, alterar las páginas
y volverlo a encuadernar.
En segundo lugar, es
imprescindible señalar el afán de Jardiel de distanciar al lector de su obra.
Para evitar que el lector se vinculara emocionalmente con sus novelas, Jardiel
incluía interpolaciones, llamadas divagaciones imprescindibles, mediante las que interrumpía el hilo
narrativo y recordaba a los lectores que todo era ficción.
A través de estas
intervenciones, a modo de pie de página, paréntesis o citas eruditas, daba su opinión sobre los personajes, se justificaba o dialogaba directamente con el
lector. De esta manera, el lector pasaba a formar parte del relato a la vez que
era forzado a mantener una actitud analítica y distanciada de la historia. Estos son dos ejemplos de sus originales divagaciones
imprescindibles:
¿Se os ha muerto un pariente
querido? ¿Y le habéis visto resucitar una hora después de muerto? ¿No?
Entonces, ¿cómo vais a daros cuenta de lo que pasó por el interior de Pedro de Valdivia
al recibir y leer aquella carta? (EJP, O.
C., VI: 339)[3].
El lector- ¡Atiza!
El autor- ¿Ocurre
algo?
El lector- No, nada. Que estas
casualidades no se producen más que en las novelas.
El autor- ¿Y
esto qué es? ¿Un libro de álgebra? (EJP, O.
C., V: 285)[4].
En otros casos, las divagaciones
se orientaban a parodiar la pedantería. Lo que se encontraba, por ejemplo, en las notas al
pie que contenían explicaciones lingüísticas, su propia crítica de la obra,
invitaciones a saltarse algunos capítulos o citas
clásicas, afirmando que “una cita en latín de cuando en cuando da al autor un
aire sensato y ayuda a hacer la digestión de las glucosas” (Gallud, 2014: 162).
“Su estilo está orientado hacia la desmitificación de los recursos expresivos tradicionales; pretendiendo sacar al lector del procedimiento descriptivo novelesco” (Gallud, 2014: 165). Con este objetivo, era común que Jardiel incluyera juegos gráficos, que trastornaban el tamaño, el tipo de letra y la disposición espacial de las palabras; enumeraciones desdramatizadoras, como la composición química del medicamento que consume un personaje o dibujos y efectos visuales que favorecían la transmisión de sensaciones.
“Su estilo está orientado hacia la desmitificación de los recursos expresivos tradicionales; pretendiendo sacar al lector del procedimiento descriptivo novelesco” (Gallud, 2014: 165). Con este objetivo, era común que Jardiel incluyera juegos gráficos, que trastornaban el tamaño, el tipo de letra y la disposición espacial de las palabras; enumeraciones desdramatizadoras, como la composición química del medicamento que consume un personaje o dibujos y efectos visuales que favorecían la transmisión de sensaciones.
Lo verdaderamente interesante
de esta técnica (de plasmación de dibujos) es su poder psicológico sobre el lector. Un personaje
llora desesperadamente por un problema sentimental y su mirada se detiene unos
instantes en el dibujo de una alfombra. Ante grandes dolores, la mente humana
se concentra en detalles sin importancia. Pues bien, Jardiel dibuja de forma
meticulosa un enloquecedor diseño de alfombra […] que, lejos de despistar, nos
proporciona mayor profundidad en cuanto a la situación anímica del personaje. (Gallud,
2014: 168).
Bibliografía:
Ariza Viguera, Manuel
(1974). Enrique Jardiel Poncela en la
literatura humorística española. Madrid: Fragua, p. 43-57.
François, Cécile (2016). Personaje
femenino e intertextualidad paródica en la trilogía novelesca de Enrique
Jardiel Poncela. Madrid: Visor Libros.
Gallud
Jardiel, Enrique (2014). Jardiel.
La risa inteligente. Zaragoza: Doce Robles, p. 155-185.
Jardiel Poncela,
Enrique (1973). Obras completas, Barcelona: ed. AHR.
[1]
Extraído de Ariza, 1974: 44.
[2] Extraído de Gallud, 2014: 161.
[3] Extraído de Gallud, 2014: 161.