(Continuación)
E. Jardiel Poncela sí integra el humor en sus poemas “Ford
V8” y “Del Limbo se escapan corriendo mis perros”.
“Ford V8”[1] es
un extenso poema en el que el autor expresa la pasión que siente por su automóvil Ford dirigiéndose a él, personificándolo e hiperbolizando sus capacidades.
Siempre un Ford V8...
Porque otros dos tuve,
es ya éste el tercer Ford
en el que voy.
En cuestión de coches,
siempre un Ford 8V:
un Ford V8 y made in
Detroit.
El que no es Ford 8V me
parece feo:
y porque he tenido tres
Ford, gran turismo,
confundo los de antes con
éste y me creo
que los tres son uno, es
decir: el mismo.
Fueron el uno del otro el
vivo retrato
porque les di a todos
idéntico trato.
¡Muy mal trato: es
cierto! ¡Pobre el que ahora uso...!
No parece un Ford, sino
un coche ruso:
abollado y sucio y tan
despintado
que por todas partes le
invade la herrumbre.
Pobrecito coche, siempre
estacionado
ante alguna puerta: y en
invierno helado
y en verano, echando por
sus chapas lumbre.
¡Pobre leal amigo!, que
haces mi deleite
gimiendo y soplando con
alma de fragua:
porque lleva el cárter
vacío de aceite
y porque me olvido
siempre de echar agua...
Y él, aun así sigue...
Aun así camina...
Corre hasta, yo creo, que
sin gasolina.
¡Pobre coche mío! ¡Pobre
gran amigo
de tanta aventura
cómplice y testigo!
¡Cómplice y testigo de
tantas escenas,
y de tantas bromas y de
tantas penas:
penas que, sin duda,
siempre ha recordado
porque no se olvida, si
es el pasado;
y, en cambio, los días
amables y tiernos
seguro que todos los ha
ya olvidado!
¿A que no recuerda las
lindas sonrisas
que se reflejaron en su
parabrisas?
No, claro; ni una... No
hay gestos eternos
y aquellas sonrisas de
mujer, borraron
los dedos de lluvia de
muchos inviernos;
pero todavía mi suerte es
peor
que encuentro un instante
y de nuevo pierdo
sonrisas o rostros o
escenas de amor
al reproducirse el fugaz
recuerdo
en el espejito
«Liliput-Cinema» del retrovisor.
Y es que envejecemos,
Ford 8 querido:
pues, cuando se vuelven
al ayer los ojos,
es que ya los muelles se
nos ponen flojos
y que nada es ahora lo
que antes ha sido.
Sí. Los años jóvenes, que
como una hilera
de resplandecientes
faroles de gas,
vi siempre delante de mi,
y a la espera
de que yo llegase, los
veo hoy detrás.
¡Noble coche mío! ¡Noble
y leal amigo!,
servidor paciente de
largas esperas
y ejecutor dócil de mis
fantasías,
que igual rompes vallas,
que trepas aceras;
que, cuando es preciso,
subes escaleras,
y saltas cunetas y vas
por las eras
y por los sembrados: y
que llegarías,
si yo te pidiese también
que lo hicieras,
a entrar por los túneles
y andar por las vías.
¡Oh, fiel compañero de
rutas viajeras
de todas las horas y
todos los días...!
¡Lugar geométrico de mil
averías!
¡Rastrillo de caucho de
las carreteras,
que, si en vez de España
eran extranjeras,
sacabas más fuerzas de
las que tenías
y entonces volabas, mejor
que corrías,
porque, así, humillando
en locas carreras
a todos los coches de
allí que veías
dejabas bien altas
nuestras dos banderas!
(Pero calla, no hables...
¿por que te sinceras?,
ya sé que es la mía por
la que lo hacías.
Pero no te asustes, que
seré discreto
y de tal manera guardaré
el secreto
que desde ahora mismo
juro por quien soy
que no han de saberlo
jamás en Detroit.)
Te estimé siempre y te
honré también.
Te honré en tus tuercas,
te honré hasta en las «juntas»
y si no, contesta a
algunas preguntas.
¿Estando tú en forma tomé
yo algún tren?
¿Y no callé siempre y
siempre me callo
los contados días que
tienes un fallo?
Y aunque ambos sabemos
que sí existen varios,
¿he dicho yo a alguien,
ni una sola vez,
que ni entre los coches
más extraordinarios
exista uno solo de tu
rapidez?
¿Ni otro igual de fuerte?
¿Ni igual de bonito
aunque estás de feo que
causas espanto?
¡Di! ¿Opiné algo de eso
ni hablado ni escrito?
¡No! Porque te quiero. Y
te quiero tanto
a pesar del trato que te
doy, ¡oh, Ford!
que ya lo ves: ahora
compongo este canto
en tu solo elogio, en tu
único honor...
¿Y con quién he obrado
como contigo obro?
¡Con nadie del mundo!
Pues sabes de sobra
que el arte, aun siendo
arte, se vende y se cobra
y yo, cuanto escribo lo
vendo y lo cobro.
Y si fui contigo un poco
locatis
eso que te escribo te lo
escribo gratis.
¿Cómo? ¿Te emocionas?
¡Oh, no! No te dejo...
y menos que llores, pues
no eres un viejo
para que ahora llores a
más y mejor.
¿Lo niegas? ¿No lloras?
¡Vamos, que estás chocho!
Si hasta has hecho
charco... ¡Ah! ¿Es el radiador?
Entonces, perdona, y a
todo motor
dame un buen abrazo, ¡oh,
Ford V8!
¡Y aprieta bien fuerte,
oh, V8 Ford!
E. Jardiel Poncela desarrolla la
tendencia humana (y, en este caso, automovilística) de perpetuar en la memoria los
malos momentos, desatendiendo los alegres (penas
que, sin duda, siempre ha recordado/porque no se olvida, si es el pasado;/y, en
cambio, los días amables y tiernos/seguro que todos los ha ya olvidado!). También trata el envejecimiento (Y
es que envejecemos, Ford 8 querido:/pues, cuando se vuelven al ayer los ojos,/es
que ya los muelles se nos ponen flojos/y que nada es ahora lo que antes ha sido),
la amistad y la fidelidad (¿Estando tú en
forma tomé yo algún tren?/¿Y no callé siempre y siempre me callo/los contados
días que tienes un fallo? […] Porque te quiero. Y te quiero tanto).
Por la presencia del tópico del paso del tiempo, el autor
podría acentuar la pesadumbre del envejecimiento. Sin embargo, transforma esta realidad y le imprime cierto humor.
Por último, entendemos que escribe este poema invitando al lector a disfrutar del presente, tras haber tomando conciencia de la fugacidad de la
vida de los humanos (y los coches) (dame
un buen abrazo, ¡oh, Ford V8!/¡Y aprieta bien fuerte, oh, V8 Ford!).
Por último, presento el poema “Del Limbo se escapan
corriendo mis perros”[2],
dedicado a sus perros, con los que sentía un fuerte vínculo emocional.
Del Limbo se escapan corriendo mis perros
y llegan jadeantes ante el Tribunal
y con voz humana, aunque algo animal,
dicen, señalándome con la misma pata:
“Oye, Dios: la gente que a este delata
dirá lo que quiera, pero ambos decimos
que, por obra suya, los dos subsistimos;
que él nos dio comida, cariño y hogar
que él nos curó siempre que nos vio
enfermar
y con un cuidado tan extraordinario
que nunca llamaba al veterinario…
Todo eso hizo este hombre, y nosotros dos,
que pasamos años viviendo en su casa,
juramos que es bueno, ¡ya lo sabe Dios!
Hay un gran silencio. La emoción me abrasa
ante la sentencia próxima e incierta.
Pero Dios no duda. Hace abrir la puerta
del Cielo y resuelve: “Lo han dicho ellos:
pasa”.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjD_cKCxqw-Ym5VyeiyOyAA4CoVPa5KHuqTqCcK2soRyXFjN47XOpeUtZdaVmn4O3cLCC-lMmjERCSrNAP2FwcLa_OHxOuFToUCB2YjPCGFOsgcNYgwDWXIWj9Mu6el0EPPGG-j82UF40-h/s200/1427985249_184741_1427989275_sumario_normal.jpg)
En este escueto acercamiento a la labor poética de E.
Jardiel Poncela hemos atendido a una selección de poemas que tratan la
crítica social, la amistad, la muerte y, por último, la ascensión al cielo. Estos
han sido ordenados de forma ascendente según una gradación que responde a la presencia
del humor que encierran entre sus versos.
De esta manera, he intentado exponer la idea de que su
poesía, además de demostrar una gran capacidad de reír rimando, también albergaba
temas profundos y tópicos de la poesía, aderezados por el estilo vanguardista que prestó atención a elementos poco poetizados como los automóviles o los perros.
Bibliografía:
Gallud
Jardiel, Enrique (2014). Jardiel.
La risa inteligente. Zaragoza: Editorial Doce Robles.
Jardiel
Poncela, Enrique (2013). Poesía
completa, Ed. E. Gallud Jardiel. Madrid, Hiperión, p. 205.
http://jardielponcela.blogspot.com/2009/01/textos.html
[Consulta: 25/04/2020]
Drop here!