El texto a comentar pertenece al poemario Sin esperanza, sin conocimiento, publicado en 1961 por el poeta
asturiano, y en la línea de la tendencia intimista que rompe con la poesía
social de la década anterior. La voz del yo
lírico adquiere todo el protagonismo, y supera el colectivismo de la
literatura anterior, con los textos de Dámaso Alonso o de Cela como exponentes.
El poema de Ángel González está escrito según la métrica tradicional del
soneto, con rima consonante ABBA / ABBA / CDC / CDC, en versos endecasílabos. Es
un texto muy hilvanado, donde las separaciones temáticas y formales entre
cuartetos y tercetos son nulas, como reflejan los encabalgamientos (vv. 8-9) y
el amplio juego de paralelismos y repeticiones (‘‘pongo’’, ‘‘juego’’, ‘‘sigo’’,
‘‘vida’’, ‘‘perder-perdida’’).
Los verbos están en presente de indicativo, mayoritariamente en primera
persona de singular. Es en los tercetos donde se presenta la tercera persona
del singular, confiriendo a las estrofas el carácter sentencioso que les
corresponde. El quiasmo y la elipsis verbal en los dos últimos versos funcionan
de forma sólida y potente como conclusión tanto en el plano formal como en el
del contenido.
En cuanto a la significación del poema, la sencillez del léxico empleado
permite un acercamiento más o menos fácil a su interpretación. El poeta expone
su voluntad de vivir, su disposición a enfrentar los obstáculos de la
existencia, consciente de su azar, así como del escaso o nulo control que él
mismo puede tomar en su devenir. Hay mucho estoicismo en su texto, en tanto que
se toma conciencia amable de las propias limitaciones, en lugar de adoptar una
actitud trágica y frustrada.
El autor concibe la vida como una ruleta de casino, en donde el jugador proyecta
sus expectativas de victoria, pero siempre sabedor de que no depende de él su
éxito, ni su fracaso. Esta es una dinámica constante en la existencia, porque
se juega ‘‘al siempre va’’. La fe es, para González, fundamental para seguir
viviendo, para no ‘‘ponerse en juego’’; es un individuo pasional, que proyecta
todo su ser en lo que hace, y en lo que vive, especialmente en el ámbito del
amor.
Es, en definitiva, un poema de esperanza en la felicidad, una poética de la
existencia del propio escritor, quien, a pesar de los contratiempos, afirma:
‘‘no me doy por vencido’’.
Adjunto la versión de Pedro Guerra, idónea para contemplar las ventanas de esta tarde lluviosa de cuarentena, con la esperanza de que pronto pasará...:
de mi pasión volcada y sin salida.
Donde tengo el amor, toco la herida.
Donde dejo la fe, me pongo en juego.
Pongo en juego mi vida, y pierdo, y luego
vuelvo a empezar, sin vida, otra partida.
Perdida la de ayer, la de hoy perdida,
no me doy por vencido, y sigo, y juego
lo que me queda: un resto de esperanza.
Al siempre va. Mantengo mi postura.
Si sale nunca, la esperanza es muerte.
Si sale amor, la primavera avanza.
Pero nunca o amor, mi fe segura:
jamás o llanto, pero mi fe fuerte.