Mi entrada
previa aborda la biografía de Jesús
Fernández Santos y su trayectoria literaria con algunos comentarios sobre la corriente o ámbito literario en que se encuentra. Aquí, quiero hablar más del
neorrealismo en la época de posguerra, sus rasgos y cómo cabe la obra de
Fernández Santos dentro de esto movimiento cultural. Es importante tener en
cuenta que el cine de posguerra, especialmente el cine italiano, tuvo un gran
impacto en el desarrollo del neorrealismo español en general y en la obra de
Fernández Santos en particular; voy a comentar sobre este aspecto en mi próxima
entrada, porque merece su propia discusión apartada de ésta.
Incluido en
la Generación del 50, Fernández Santos era coetáneo de notables novelistas,
como Ignacio Aldecoa, Juan Goytisolo y Carmen Laforet. Según Lina Rodríguez
Cacho, los rasgos comunes de este movimiento incluyen “la idea sartriana del
compromiso – moral o político, pero de intención crítica” y, como ya he
mencionado, el neorrealismo italiano, los cuales engendran la “novela social”
(423, 424). Por supuesto, la manera en que se manifiesta el realismo social
varia entre los autores, con la crítica social enfocada en aspectos distintos
de la vida española. No obstante, tras la agudeza pesimista y una perspectiva desoladora,
la literatura novelística de los años 50 marcó una novedad en la historia
literaria del país y una vista fascinante en la psicología durante la época posguerra;
la escritura de Fernández Santos no es una excepción.
En un trabajo
de José Diego Santos, está citado Fernández Santos diciendo sobre su novela recién
publicada Libro de las memorias de las cosas (1971), “‘Como soy narrador,
quise hacer y acabé haciendo una novela, …desde la huella que dejara la tierra
un día, ese día en que como tantos otros en España, quede borrada y demolida, y
lo que es más importante, definitivamente olvidada’” (10). Es lo olvidado, los
detalles cotidianos de que no hacemos caso los que mueven el bolígrafo en la
mano de Fernández Santos. Para él, relatar una historia es recontarla con toda
la minuciosidad que afrontamos en la vida real, pero la desechamos como regular
o no especial. Hay que ser consciente, más que consciente, para darse cuenta de
las absurdidades y la ironía que permean todos los momentos y, entonces, para
ridiculizarlas. Esto es el neorrealismo social de Fernández Santos: “‘La novela
debe ser, supongo, una interpretación del país en que vivimos, interpretación personal
que nazca de un conocimiento íntimo de nuestras cosas” (Diego Santos, 13).
Los protagonistas
de la obra neorrealista de Fernández Santos son hombres humildes, los cuales
vienen “de los marginados de la sociedad, desde obreros o campesinos al pueblo
entero” (Kim 59). Es decir, los personajes forman parte de lo olvidado que
motiva a Fernández Santos. De este modo, “el concepto neorrealista, en sentido
general, se corresponde con la novela que transcribe la vida cotidiana de la
gente humilde para llegar a lo esencial”, lo esencial siendo “la verificación de
la realidad lo importante” (Kim 59). Por tanto, se construye el neorrealismo de
Fernández Santos a través de extrapolación, desde las figuras marginalizadas a
un diagnóstico de la sociedad, de realidad en general. Aquí vemos las huellas del
existencialismo de la época: la concentración en el hombre, la incertidumbre de
lo importante y la vulnerabilidad a las fuerzas incontrolables. Se puede decir
que la ficción de Fernández Santos busca el significado en un mundo en que,
parece, se esconde detrás de la actualidad insatisfecha.
Para
comprobar estos pensamientos que he planteado, incorporo algunos comentarios
sobre Los bravos (1954), tal vez la obra más aclamada de Fernández
Santos. Es una crítica del mundo rural en que hay “una tremenda lucha por la
vida, un esfuerzo titánico para sobrevivir; a pesar de ello los habitantes
viven rodeados de miseria” (Diego Santos 14-15). La escenografía es tan clave a
la historia como los personajes que residen allí, ya que genera los problemas
que se encuentran. Es el campo brutal que no ofrece nada fácil, pero sí ofrece
la imposibilidad de mejorar la vida. Por eso, los campesinos tienen la necesidad
de dejar la tierra, sin embargo, no hay ningún lugar para ellos, pues no tienen
el conocimiento necesario para obtener buen trabajo en la ciudad (Diego Santos 15).
La gente es abandonada y desamparada, y no hay ningún remedio que pueda
salvarla.
Todo esto se
ve con la llegada de un médico joven allí, quien se da cuenta del “odio, sordidez
e incomprensión que le rodea” (Kim 60). Es parecido a la novela El castillo (1926)
de Kafka, en que un agrimensor llega al pueblo que lo contrató, pero encuentra
a una gente sencilla y hostil. Kafka utiliza más recursos surrealistas en su
novela, pero el tema central del campo como un espacio cruel se comparte entre
las dos obras. Kim en su disertación nota que “El diálogo abreviado, desnudo, simple, cinematográfico…coincide
con la condición intelectual de los personajes que son incapaces de
exteriorizar su sentimiento”, o sea, son privados de un léxico como resultado
de su falta de educación, la cual se debe a la ubicación del paisaje. Es
crítica social expuesta a través de una perspectiva realista determinada, pero quién es el blanco, el gobierno o la gente, o ambos, es la pregunta.
Obras citadas:
Diego Santos,
José. “Jesús Fernández Santos: El hombre y su obra.” Revista Alcántara.
Época III, Número 3, 1984, p. 7-27.
Kim, Son-ung. La
narrativa neorrealista de Jesús Fernández Santos (1954-1964). 2002.
Universidad Complutense de Madrid, Tesis
doctoral.
Rodríguez Cacho,
Lina. Manual de historia de la literatura española. Barcelona, Castalia
Ediciones, 2017.